En el ámbito profesional nos encontramos con el cruce entre la autoestima, la libertad y el deber. Cuando trabajamos en equipo, hay quienes se cierran en el no poder actuar de otra manera, negándose primero a sí mismos y después limitando al grupo la libertad creativa y creadora de nuevas posibilidades. Es la típica situación de un jefe que ante una propuesta de un miembro de su equipo, la desecha sin permitirle la posibilidad de intentarlo, independientemente de que pueda equivocarse.
¿Se puede ser profesional con carencia de relacionalidad?La persona individualista, solitaria o autosuficiente, nos niega el favor de aprender de sus talentos, si no pone en común el propio valor, sino aquello a lo que se siente obligada, el saldo de este tipo de relaciones nos genera pérdidas. No sabemos lo que desean, lo que quieren. Si el talento no se comparte, negamos al otro la posibilidad de aprender. Por eso, el talento necesita entorno. La falta de alteridad es una expresión de egoísmo.
O si no, piénsalo a la inversa: Cuando sales de una reunión, ¿te vas igual que como has entrado?, cuando alguien aporta ideas y las comunica ordenadamente, ¿no se te ordenan las tuyas? , o después de una negociación difícil en la que tú has cedido en una posición desde la que partiste, ¿no te sientes mejor gracias a esa flexibilidad de abrirte a otras ideas?.
No eres más libre cuando evades tu responsabilidad bajo el ¨deber hacer¨, que sería un ´vivir por cuenta ajena´.
En cambio, si decides con libertad, estás permitiendo que los demás también lo hagan. Nuestras decisiones tienen sentido desde el ¨quiero¨ (libertad), no desde el ¨tengo que¨ (obligación).
Las personas que se mueven por condicionamientos contagian falta de entusiasmo a otros y sus conversaciones restan creatividad.
Elijo levantarme temprano para ir a trabajar, en lugar de ¨tengo que levantarme temprano para ir a trabajar¨. De igual forma, expresiones del tipo ¨estoy dispuesto a¨, en lugar de ¨me gustaría¨ o ¨tengo que¨, nos definen y marcan el ángulo desde el que nos movemos. El mérito está en hacer lo que quiero y lo que creo, aquello que me da sentido.
¿Quién de nosotros no se ha encontrado alguna vez con personas que se mueven por los condicionamientos? O que al hacer las cosas por obligación ya han elegido hacerlas y someterse a un constante debo hacerlo. Ese “deber” siempre remite a un tercero que no soy yo, que me domina. Decidieron un día que otro eligiera por ellos. Y ese día su libertad se marchó dando un portazo. Son personas cuyas decisiones carecen de su propia identidad, desdibujaron algunos de sus mapas. Causa pena verles por su falta de autonomía para lo concreto, su inmovilidad ante lo nuevo, su miedo a lo desconocido y su temor a todo cambio y su debilidad en las relaciones sociales, por su ausencia de alteridad. Quienes no deciden, no mueven ficha, no dan pasos y se instalan en lo conocido, prefieren aparcar la libertad de vivir por sí mismos. Si alguien les intentara rescatar, como responderán? Hace tiempo que han decidido vivir delegando su vida, para que se la lleven por cuenta ajena.
¿Donde esta la solución?
En el diálogo persona a persona, con todas sus dimensiones y capacidades; la reciprocidad en el dar y recibir, poniendo en juego convicciones, experiencias, vivencias, valores, etc. Y para dialogar, la primera condición es la conciencia de sí y de la propia identidad y la segunda es el deseo de comunicar al otro la propia decisión. Abrirme al otro me hace capaz de comprender lo que la apertura de los demás aporta a la búsqueda de sentido de la existencia. Un músico no se relaciona con el piano del mismo modo que un trabajador de una empresa de mudanzas que lo tiene que transportar. Para este último, el piano no es más que un objeto, en cambio para el músico, es algo más.
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